Pasando y pasando

 A la vista un campo de flores amarillas que se extiende hasta el horizonte, precioso y prístino bajo un cielo azul sin nubes ni sol. A lo lejos casi en forma ínfima se observa una cadena montañosa. Aparecen las sacerdotisas, las encargadas de cultivar esas flores. Algunas se dejan ver, otras se esconden al interior del follaje. Todas descalzas se mueven y cuidan su parcela. Entonces aparecen las naves espaciales, que son unos gigantescos zeppelines donde viajan millones de personas. De ellas bajan unos astronautas los cuales sus cascos  no se los sacan, no se ven sus rostros. Tampoco se atreven a descender del último escalón porque dicen que si tocan lo terrestre entrarán en contacto con una formidable fuerza geomagnética que los convertirá en monstruos. Las mujeres se les acercan y hacen pequeños intercambios de alhajas y plantas. Pasando y pasando. La líder pide comunicarse con el jefe. Ahí aparece el alfa de la expedición. Ella le pide ayuda, que por favor hagan algo para sacar a sus hombres de las cavernas. Y le señala hacia el interior de una gigantesca gruta donde se ven fábricas, guerras y autopistas serpenteantes donde éstos  recorren en  autos que compiten y chocan. El astronauta ve a uno y le pide salir desde donde está. Al llamado éste sale inmediatamente; con su semidesnudez  corre  abrazar al viajero cósmico; el encuentro, crea un vórtice de energía tremendo que mueve a ambas personalidades a unirse en una trenza que sube hasta el cielo donde hay rayos y tormentas y baja profundo hacia el interior de la tierra, donde yacen los minerales. El astronauta le dice: Ahora puedes subir, pero pocos de ustedes podrán llegar hacia donde están las tormentas porque es sólo para quienes están preparados. A su vez el cavernícola le responde: Ahora pueden descender, ahora se pueden hacer humanos.


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