Las enseñanzas del árbol en el ejercicio de la tolerancia para una sociedad en crisis.

Si tuviéramos un dron que subiera al cielo para observar con su cámara los acontecimientos que suceden en todas las comunidades dispersas en nuestra geografía, podríamos aseverar que ninguna escapa a la crisis humanitaria que vive el mundo. Sumando además el estado de ánimo volátil por parte de la ciudadanía que descarga emociones en las redes sociales y el golpe pandémico del covid, nos damos cuenta, parafraseando a Neruda que,”nosotros los de entonces ya no somos los mismos”. Ninguna persona puede sentirse libre de las transformaciones que se han sufrido tanto en las ciudades grandes como en los pueblos pequeños porque todas ellas tienen el sello de la escasez, la incertidumbre y lamentablemente el miedo. Los clamores hacia la autoridades centrales y locales, desde todos los vecindarios, por mayor ejercicio de la coerción estatal en los asuntos públicos, especialmente el de la seguridad, copan la agenda y avasallan los programas y los proyectos de largo plazo. Sin embargo, debemos con urgencia hacer un alto para la reflexión y analizar lo que nos sucede como integrantes de una sociedad, de la cual no nos podemos escindir. Siendo individuos estamos aislados en automóviles, conectados a pantallas o encerrados en cuatro paredes, así resulta fácil echarle la culpa a los demás y deslindar responsabilidades respecto a nuestro inexcusable rol como agentes benéficos hacia nuestros entornos. Las hostilidades son moneda corriente en las calles, en el tránsito, en los conjuntos residenciales, en los trabajos, y especialmente, en el ejercicio de la política por parte de nuestras autoridades y representantes. Experimentamos en la cotidianeidad el urgente llamado a la paz y la tranquilidad, pero no vemos solución. Sólo vemos los choques de autos casi como choques de civilización, y todo a partir de un bocinazo. Por lo mismo es urgente una actitud de tolerancia. Desconectarnos del egoísmo para conectarnos en la solidaridad. Y urgente al mismo tiempo desarrollar el poder personal y comunitario de esta fuerza valórica para resistir y neutralizar la violencia que insiste en instalarse en el modus vivendi del país ¿Cómo materializar esta buena intención? Posiblemente atendiendo los ritmos de la naturaleza, especialmente en lo concerniente a la adaptabilidad y resiliencia, así logran las especies su continuidad en el tiempo, incluso cuando se ven sometidas a invasiones y plagas. En los árboles y su crecimiento vemos una docencia y una metáfora para explicar lo que vivimos hoy en día. Un árbol fuerte e inmenso, que florece y da frutos, es hogar para pájaros, insectos, reptiles y colmenas. Constituye una señal de férrea voluntad por crecer en convivencia respecto a su alrededor. De todas las especies obtiene colaboración y complementariedad. Aprovecha el sol cuando hay, consigue la lluvia cuando cae, obtiene la savia de los minerales con sus raíces y es flexible cuando se presenta el viento. He aquí una sabiduría que podemos aprender y aplicar. Si nos respetamos, y nos toleramos, podremos sortear la crisis de mejor manera, trascendiendo el sufrimiento que nos convoca a diario las inequidades provocadas por el sistema o el caos imperante por las disruptivas variables que se presentan en la vida moderna. Requerimos implementar una capacidad colaborativa donde la tolerancia, como nutriente esencial para la vida, puede otorgarnos la cualidad de coexistir benignamente en el ecosistema ciudadano en que nos ha tocado florecer.

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