Entre la tolerancia y el acarreo

Aún recuerdo cuando El Sr. Wojtyla vino a Chile, su imagen permanece con gran nitidez en mi memoria. Verlo casi persona a persona en momentos de su paso en el asiento posterior de un Mercedes Benz negro saludando al pueblo, resulta hasta el día de hoy conmovedor debido a su talante y poderosa personalidad. En aquella ocasión iba con mi mamá y mi hermano; juntos nos encontrábamos en el bandejón central de la Alameda casi al llegar a General Velásquez. Siento aún, hoy día, las manos de mi madre apretando las nuestras en el regocijo de tal abducción. En ese contexto creo haber vivido una experiencia probablemente compartida por centenares de miles de chilenos y chilenas que tuvieron la oportunidad de encontrarse frente a él, y a su aura resplandeciente, cuya cobertura involucraba sus buenos kilómetros.

Jamás he subestimado aquella experiencia, es más, en acuerdo a mis estudios literarios posteriores, he dado más crédito a las inefables cualidades humanas de aquel ser humano aumentándolas y multiplicándolas. En este mismo menester creo posible vivir el mismo sentimiento ante al Sr. Bergoglio si lo veo pasar por alguna calle o avenida y es seguro que apretaría sobrecogido, la mano de mi hijo. Espero así sea.

Aunque, ya con más de cuatro décadas en el lomo y en el corazón, mis reflexiones pueden ser distintas en el sentido de primero, colocarme en el sitial de las otras confesiones religiosas que se disputan la mente de los creyentes; segundo,  preguntarme sobre la no tan subterránea comunidad atea y/o, agnóstica (tan ninguneada socialmente pero no menor en la sumatoria de sus adeptos); y tercero, cuestionar la posición del Estado como representante de todos nosotros, independiente de nuestra condición espiritual y/o de conciencia.

¿Hacia dónde vamos respecto a esta visita ilustre?, ¿Qué rédito obtendremos cuando siga su periplo misionero, más allá de las consecuencias geopóliticas que lo más probable, surjan a partir de su inminente visita?. En fin, el propósito de su llegada, en lo eclesiástico, no es de mi mayor incumbencia debido a que sólo soy un humilde laico que procura ver más allá de su ciudadanía, que su pertenencia a Chile nace para vivirla en un contexto socio cultural librepensador.

Sigamos, los distintos Chiles pastoreados  en estos días por esta cruzada evangelizadora, se verán las caras, saldrán de sus guettos y estarán obligados a darse la paz. Esto si me incumbe, la tan necesaria tolerancia debe hoy ser parte del bien público y no ser iniciativa privada de sólo una confesión religiosa. Es la única manera de poder encarnar el ánimo de la patria en favor de su progreso. Es aquí mediante esta convocatoria que podemos sacar brillo a una voluntad popular multicolor  en favor de trabajar y progresar siendo dueños de nosotros mismos.

En tiempos donde el derecho a ser y estar de la persona humana es limitado por una ideología egoísta y materialista, que busca parcelarnos y aislarnos en distintos formatos y programaciones, resulta de vital trascendencia tener una actitud individual y social tolerante hacia lo religioso y fuerte institucionalmente en lo relativo a la laicidad del Estado.

Entonces, mi pregunta al Sr. Bergoglio es muy distinta a las interrogantes que le formulé al Sr Wojtila cuando vino a Chile en las postrimerias del regimen civico militar con objeto de (según mi teoría) neutralizar el muy probable levantamiento popular que venía bullendo. Y que en cierta manera fueron respondidas satisfactoriamente con los años.

Ahora, no espero mucho de esta segunda luz vaticana. Espero sí, más de la ciudadanía de Chile entero respecto al respeto que nos debemos ante  las crencias que se profesan bajo la esfera de la ley.

Espero de una vez por todas no ser tratado como oveja camino al matadero, ni a la esquila, sino más bien exijo dejarme pastar en el campo travieso, cuidar de los nuestros y enfrentar al lobo en todas sus dimensiones. Es lo que necesitamos como país, respeto y tolerancia por todas las religiones, con un Estado fuerte y respetuoso de su laicidad y recursos.

Debemos seguir trabajando, todos los dias son necesarios para seguir levantando el edificio de Chile, el mismo que nos cobija de las inclemencias de los temporales y terremotos y da espacio para que nuestros poetas puedan propagar la palabra sin apellido, tan necesaria para los habitantes de todos los valles de Chile como las liturgias para quienes adscriben el catolicismo.

Bienvenido entonces Sr. Bergoglio a un país donde las clases de religión en las escuelas publicas y financiadas por el erario público constituyan de una vez por todas,  vestigio del pasado y vergúenza de la historia. Lo mismo para las parroquias castrenses, tedeum,  y demás menudencias que imposibilitan en Chile la exactitud del concepto Separación Iglesia - Estado.

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