Calle arriba, calle abajo

Motociclistas cruzan el empedrado con sus cabelleras al viento mientras sus máquinas meten ruido. Charlan sobre sus destinos en cada parada. Los solitarios nautas se mantienen con sus botas en el pavimento y el ojo fijo en el semáforo. Aceleran y esquivan a mujeres que usan el pavimento para empujar sus carretones con tubérculos para vender. Avanzan y los quiltros salen a su paso. Se detienen para dejar pasar sobre el paso de cebra a los sacerdotes de Francisco, avanzan para desaparecer frente al sol. Los jóvenes todo lo filman, lo registran, lo conectan y lo pierden. Uno de ellos capturó su trayectoria entre los vehículos atrapados en las calles del centro. En el parque, en un banco, sentados unos enamorados charlan se tocan se besan se pegan ambos los miran pasar cierran sus ojos no los ven mas. A lo lejos las campanas del templo, su resonancia se mezcla con la tronadura alargada de los tubos de escapes. Nuevas encrucijadas, semáforos en rojo, verde, amarillo, rojo y las bocinas se hacen para avanzar en una situación donde los  muchos avanzan poco. Los espejos los reflejan esquivando el magma automotriz y logrando avanzar. Van saliendo entre el mosquerío, las palomas, los gatos y los infinitos perros que intentan morder sus ruedas en las inmediaciones del mercado. Los niños lustrabotas, vestidos de overoles oscuros, se mezclan con las jaurías a la caza de zapatos para embetunar. Ellos los ven, ellos no lo ven ya, han desaparecido y ahora corren vidas paralelas donde la probabilidad  de encontrarse siempre es posible. Barrio bancario, edificio de espejos, palomas en el cielo, calles limpias, olor a café. Mujeres cabizbajas calzando ojotas cargan utensilios de limpieza. En perspectiva ellos ya se fueron y todo quedó atrás. 

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