Aprendiz entonces de carpintero decidió unirse al ejército que invadiría Chile cruzando la cordillera hasta Puente Alto como primera avanzada. Los pueblos unidos jamás serán vencidos se gritaban los milicianos los unos a los otros mientras realizaban los preparativos de apertrechamiento, tanto en sus mochilas, como en la maquinaria con la que emprenderían la expedición. 

El buen ánimo del personal en general denotaba un frenesí por la pronta partida, era tanto que en algún momento un camión atiborrado de soldadesca y enseres chocó perpendicular contra un tanque; todos reían en una suerte de embriaguez, más no pasó nada porque el camión pudo hacer marcha atrás y rectificar su camino. Entonces el aprendiz, ataviado a la usanza guerrillera se dispuso a cruzar la frontera de su querida revolución viajando de copiloto en un bus cuyo conductor iba con ojo fijo en la ruta Caracoles. Entonces llegó el momento de entrar en territorio pronto a ser anexado, se penetró sin interferencia ni ruido hasta llegar a la Plaza Italia, pero de toda la comitiva solo pudieron hacerlo ellos, los demás expedicionarios quedaron en el cedazo de la frontera. Prontamente tuvieron que mimetizar el bus de combate para hacerlo pasar desapercibido con los carros de las fuerzas reaccionarias que se movían por el lugar, luego de varias vueltas lograron tomar ruta por Avenida Vicuña Mackenna en dirección al Sur de Santiago, más llegaron hasta la Avenida Bilbao, ahí se estacionaron. Al bajar de la máquina tuvieron encuentro con los pobres esperando a sus salvadores; tirados en el suelo hacían pequeñas fogatas para calentar sus manos y pies. La batalla estaba perdida, solo quedaba regresar para reunirse con la tropa estacionada en el límite y que no había cruzado por algún motivo contrarrevolucionario tal como una buena botella de ron en conjunto con su guitarreo. En procesión, entre los gañanes y extraviados sin educación, el joven en conjunto con el conductor del bus, un señor de edad tan hermético como la piedra, se mezclaron entre quienes iban a ser sus salvados por la gesta, entonces se dio cuenta que iba a ser atrapado por los pordioseros que lo comenzaron acorralar con motivo de despreciar el oficio para el cual había nacido, que era el trabajo de la madera, la extracción del alma prima de los árboles con el fin de hacerla cama y petaca, piso o armario, biblioteca o silla mecedora,  también leña y pulpa para libro, ante los argumentos que lo mezclaban con los sin tierra, decidió abandonar a su acompañante despidiéndose y asegurando paso firme hacia donde estaban las alambradas, al llegar a ese lugar allá se encontró con otros perdidos; amigos desde tiempos de la Jota, a quienes les celebró el encuentro, todos convertidos en ratas huyendo hacia el escondrijo, él el primero de todos haciendo a codazos un lugar dentro del agujero. 

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